¿Qué le ocurrirá a la sociedad, a la política y a la vida cotidiana cuando los algoritmos, no conscientes pero sí muy inteligentes, nos conozcan mejor que a nosotros mismos? ¿Cómo y cuánto afectará nuestra convivencia, nuestras decisiones y nuestras emociones? Vale la pena preguntárselo.
La mayoría de nosotros ya está acostumbrado a que internet y las redes sociales predigan muchos de nuestros gustos y comportamientos. Gracias a los algoritmos, sitios como Google, Facebook o Twitter van aprendiendo de nosotros, cada vez con mayor sofisticación: lo que nos gusta, lo que nos apasiona y lo que nos emociona. Así, nos van mostrando contenido afín a nuestras preferencias y nos van sumergiendo en una burbuja informativa.
Una de las tecnologías y cambios que modelaron la #tecnopolítica en 2019, como les comentamos en esta nota anterior, fue el uso de algoritmos para la toma de decisiones. Los estudios de mercadotecnia, dice esta nota de El Periódico, demuestran que el 80% de las decisiones de compra responden a motivaciones emocionales. Empresas como Google o Facebook monitorizan el tono emocional del contenido que publican las personas en sus cuentas para saber qué venderles y en qué momento. El medio estadounidense The New York Times ha anunciado que pondrá en marcha una herramienta para detectar las reacciones que generan sus artículos en sus lectores.
Los algoritmos son un conjunto metódico de pasos que pueden emplearse para hacer cálculos, resolver problemas y tomar decisiones. Según el historiador y escritor israelí, Yuval Noah Harari, todo animal es un conjunto de algoritmos orgánicos modelados por la selección natural a lo largo de millones de años de evolución. Los algoritmos que controlan a los humanos, en específico, operan mediante sensaciones, emociones y pensamientos. Puede decirse, dice él, que el «algoritmo» es el concepto más importante de nuestro mundo. “Si queremos comprender nuestra vida y nuestro futuro, debemos hacer todos los esfuerzos posibles por entender qué es un algoritmo y cómo nos están conectando con las emociones”, dice en su libro Homo Deus.
Los académicos chilenos Enzo Abbagliati y Alejandro Barros, se preguntan, en su artículo “La algoritmificación de nuestra convivencia”, cómo impactan los algoritmos en nuestra vida cotidiana. Una de las cuatro respuestas que dan es sobre cómo los algoritmos alteran nuestras emociones. Según dicen ellos, los sitios web emplean estos para ofrecernos principalmente lo que nos gusta y emociona, afectando nuestras opciones de elegir e impactando críticamente en la manera como nos relacionamos y nos vinculamos con la información.
Cuando selecciono, por ejemplo, el enlace a una noticia que me aparece en Facebook, estoy validando la pertinencia de ese contenido en esa plataforma, entregándole un dato para futuras ocasiones. Muchos de esos clics los damos por un proceso de interpelación de nuestras emociones, dicen los autores chilenos. Basándose además en las conclusiones de dos investigadores italianos, Abbagliati y Barros afirman que tendemos a compartir con otros usuarios aquellos contenidos que nos generan emociones que controlamos más, mientras que los contenidos que nos provocan emociones que controlamos menos tendemos a comentarlos, pero no a compartirlos.
En política, el asesor político Antoni Gutiérrez-Rubí publicó recientemente su libro “Gestionar las emociones políticas”, en el cual habla sobre la importancia de las emociones en la política. Según él, los estados de ánimo se han convertido hoy en día en auténticos estados de opinión y tienen una repercusión importante tanto en la política como en las elecciones. Las propias afinidades ideológicas de los ciudadanos, dice, tienen más que ver con el cerebro emocional que con la razón.
Sin duda que las emociones juegan un rol importante en las decisiones que tomamos tanto off como online. La pregunta ahora es, tal como se la hace Yuval Noah Harari, es ¿qué le ocurrirá a la sociedad, a la política y a la vida cotidiana cuando los algoritmos, no conscientes pero sí muy inteligentes, nos conozcan mejor que a nosotros mismos? ¿Cómo y cuánto afectará nuestra convivencia, nuestras decisiones y nuestras emociones? Vale la pena preguntárselo.